Comentario
La minoría de Mohamed IV se prestó a la continuación del desgobierno con levantamientos de jenízaros, artesanos y provincias. Pero en 1657 Mohamed Köprülü inició una dinastía de grandes visires, que hasta 170 establecieron una política reformista que mejoro la situación en la segunda mitad del siglo. El denominador común de las reformas de Mohamed era la reinstauración de un poder eficaz, civil y militar, para lo que no le tembló la mano. La corrupción en la Administración fue castigada con la muerte, se sometió con la misma dureza a los campesinos, a los que se obligo a volver a la tierra, y se reprimieron los levantamientos provinciales con ayuda de un ejercito depurado, al que se premio de nuevo con el timar. Las victimas de las reformas se contaron por decenas de miles, pero la situación quedo restablecida momentáneamente.
Su hijo Ahmed Köprülü (1661-1676), consideró su posición lo suficientemente fuerte como para marchar en 1681 hacia territorio Habsburgo, llegando en 1683 una vez más a Viena. El emperador Leopoldo sólo pudo salvar la situación con la ayuda del rey polaco, Jan Sobiesky, que consideraba que Polonia ya había cedido excesivos territorios a la Sublime Puerta y no estaba dispuesto a dejarla avanzar más: su victoria en Kahlenberg supuso no sólo la retirada del ejercito turco, sino la señal para un considerable retroceso territorial del imperio otomano.
El siguiente Köprülü, Mustafá Zadé, consiguió una recuperación temporal en el sur de los Balcanes de 1689 a 1691, año este último de su muerte en el campo de batalla. Desde entonces, la claudicación fue inevitable. En 1699, el tratado de karlowitz obligó a Mustafá II (1695-1703) a ceder los territorios que ya les habían ocupado Austria (Hungria), Polonia (Podolia) y Venecia (Dalmacia, Atenas, el Peloponeso), más Azov, que en 1696 conquistó Pedro I el Grande. Desde entonces, el Imperio otomano dejaría de ser un peligro en la Europa sudoriental, aunque los conflictos, ya menores, con las potencias limítrofes serían permanentes.
Las reformas que los Köprülü habían llevado a efecto en la segunda mitad del siglo XVII pudieron momentáneamente frenar un deterioro que llevaba una velocidad bastante acelerada, e incluso consiguieron ciertos éxitos en materia económica y de política militar, pero no atacaron la raíz de los problemas. Para mantener un Imperio tan amplio y tan diverso, sólo basado en la dominación de una casta guerrera, hubiera sido necesario que ésta conservara las máximas virtudes militares posibles. Pero en vez de ello, a la austeridad siguió la vida acomodada y el lujo, y la lealtad y el arrojo, el interés por el enriquecimiento.
Otra posibilidad hubieses sido intentar la asimilación de las poblaciones conquistadas en lugar de mantenerlas marginadas. Pero la separación absoluta entre musulmanes y súbditos cristianos y judíos, más la simple superposición de la Administración otomana sobre los territorios ocupados, sin ningún intento de integración, mantuvieron a las poblaciones conquistadas ajenas y sintiéndose extranjeras, y por tanto proclives a seguir un camino independentista en cuanto los vientos favorables alentara el rescoldo o en cualquier caso a no oponer resistencia ante otra potencia conquistadora. La descentralización creciente, sobre todo al ser causada por la debilidad e ineficiencia del poder central, también hacía muy vulnerable a un Imperio arcaico que debía enfrentarse a unos Estados europeos cada vez más fuertes.